domingo, 7 de octubre de 2012

Jorge Larreamendy-Joerns (1964-2012)

“who taught me that curiosity is the beginning of all science”
En los malos momentos, solemos olvidarnos de las buenas horas. Por eso quisiera escribir de la forma en que siempre recordaremos a Jorge. Lo recordaremos con un cigarrillo en la mano, mientras lee un paper de cualquier estudiante en el tercer piso del G; lo recordaremos creyendo en la belleza de las palabras a pesar de los tecnicismos de la academia, insistiendo en la narrativa como en forma de convertirse en otro, sonriendo ante el provincialismo soterrado de alguna parte de la academia colombiana. Jorge se negó a publicar por publicar o a creer en el impacto sin el dialogo. No le importaba donde estuviera su grupo de Colciencias en tanto lo que se dijera allí fuera relevante. En una academia plagada de vacas sagradas, cuyo ego en muchos casos trasciende el poder de su talento, Jorge fue un intelectual global con el que se podía hablar de cosas simples: De él aprendimos que la diversidad de la psicología es lo que cuenta, que las diferencias culturales nos acercan, que para mandar un mensaje a la familia en el 96 tocaba a ir a una sala especial del Posvar Hall, que el verdadero pandebono no tiene bocadillo, y que hay tres reglas en la vida… Jorge era un tipo que podía entender la complejidad de la ciencia e ir sin odio de una explicación desde la psicología cognitiva a la reflexión desde la perspectiva socio-cultural. En una sola conversación, muchos lo vimos describir el funcionamiento de los modelos de inteligencia artificial, y después hacer una defensa de Lacan, o explicar discusiones epistemológicas con una cita de la literatura clásica. Quienes lo conocimos desde diversos roles, extrañaremos las hojas garrapateadas con correcciones, su firma en los libros de Simon, el acento caleño disimulado para cuadrar con el frío bogotano, su humor sin pretensiones, y la paciencia de quien enseña con el ejemplo, de quien cree que no hay que sermonear sino mostrar, de quien no práctica el networking porque sabe que los buenos argumentos se sostienen solos; extrañaremos su obsesión con la historia disciplinar como una fuente de inspiración e insight, y también la receta exacta del Pad-thai de los carritos que se parqueaban al frente de la Hillman library, que él con humildad fue a pedir antes de regresar a Colombia. Extrañaremos la forma en que elegía cuidadosamente cada palabra en sus textos al punto que, como una vez me confesó en el tiempo que compartimos oficina en Pittsburgh, se podía gastar todo un día escribiendo un sólo párrafo. Un estilo tan propio que más de una vez en revisiones anónimas para revistas era posible adivinar que era él quien estaba al otro lado. Quizá por la influencia de Estanislao Zuleta, su mentor, Jorge nunca abandonó las grandes preguntas, y combinó como nadie la reflexión fundamentada en las fuentes de la filosofía de la tradición continental, con la lealtad a los datos de quienes fuimos entrenados en la tradición norteamericana. Su legado no está en las múltiples distinciones que recibió a nivel internacional, no es la beca de la Spencer Foundation que se ganó para terminar la tesis de doctorado, ni siquiera está en la labor que llevó a cabo en los últimos años como editor en jefe de Mind Culture and Activity, o como miembro del comité editorial de la Review of Educational Research quizás dos de las revistas más importantes en educación en el mundo. Su legado vive en nosotros, quienes compartimos con él como estudiantes y colegas, vive en sus textos, en su labor como director del departamento de psicología de los Andes que en los últimos años le dejo al país un departamento formado al nivel de los mejores de Latinoamérica y que trajo quizá la más importante serie de presentadores internacionales que se haya visto jamás en Colombia (Jean Lave, Ellice Forman, etc). Su legado está también en aquellos que en la universidad pública vieron en él un modelo de rol para apostarle a nuevos rumbos, o los que, bajo su consejo, elegimos la universidad pública como proyecto. Su legado está en nosotros: los que aprendimos de él a escribir, y a creer que aún puede haber belleza en lo que hacemos desde las aulas ruidosas de la academia.