Finalmente ha llegado el momento de cerrar la serie de tres posts que componían construir una nación futbolística. Y ha llegado en el peor momento, porque tras las esperanza momentánea contra Bolivia, la desilusión pasajera con Venezuela, ha llegado la derrota de local y con ella la triste realización de lo que somos. Nada que no se haya dicho en los post anteriores: chistes malos durante el partido y poco entendimiento de lo que estaba pasando, lugares comunes como hay que ir pa´ lante, y poca conciencia de la forma en que el equipo no podía sostener la pelota y se perdía en un ímpetu vacío. Con esto en mente, y para no repetir el diagnostico ya hecho la pregunta es ¿Cómo convertirnos en una nación futbolística? Hay dos rutas determinadas claramente por la literatura psicológica: el proceso y el cambio cultural.
Empecemos por lo más fácil: el proceso. Herbert Simon propuso que el surgimiento de la experticia requiere diez años de práctica en un área determinada. A través de estudios biográficos, y respaldado en modelos de simulación, logró mostrar que incluso los llamados niños prodigio en áreas como la música producen su primera obra relevante a los 10 años de haber empezado a trabajar en el área. Ericsson, por otro lado, logró mostrar que el tipo de práctica que se requería para el desarrollo de la experticia implicaba la solución deliberada de tareas complejas y variables. Las implicaciones de esto para la construcción de una nación futbolística son obvias: Un equipo de fútbol que cambia cada cinco veces de técnico no puede ganar; un equipo que utiliza una nomina de cincuenta y pico jugadores en una eliminatoria o que cambia cinco jugadores entre un partido y otro, no puede desarrollar las dinámicas de reconocimiento y reacción que caracterizan a los expertos. Con todo y todo, tenemos el mismo síndrome que los argentinos: cambiamos al técnico a última hora y por eso los jugadores no han desarrollado la memoria muscular, el automatismo, que les permita coordinar sus acciones en tiempo real. Se vio muchas veces durante el partido contra Argentina como el jugador que debía correr por la banda se quedaba estancado, mientras el volante se paralizaba frente a la presión del rival. Hay una palabra que nos hace falta en el léxico: “Bancar”. Bancar al técnico en las malas como los ingleses a Fabio Capello después de su modesta participación en el mundial. Nos falta también mantener los técnicos como los uruguayos a Tabárez durante cinco años, o como los dirigentes del Manchester a Ferguson. Hemos aprendido paulatinamente como nación que no debemos cambiar la constitución como un remedio para nuestros males, es hora de que hagamos lo mismo con nuestro juego: no es cuestión de jugar con pelota al pie o con pases largos, es cuestión de conocer un estilo, cualquiera que este sea, a la perfección. Esa es la ruta corta: ya que no somos por vocación una nación futbolística, no está en nuestra cultura, debemos buscar respuestas en procesos sostenidos, como, por usar un ejemplo cercano, el de Venezuela.
La ruta larga es el cambio cultural. Los niños que crecen en una cultura que respeta la pelota, o que oyen recurrentemente dichos futbolísticos (e.g., toco y me voy, para tocar y hacer paredes; saque si quiere ganar para que los defensas no se pongan a regatear) se interna en la práctica deliberada por diez años o más, a través de actividades informales. Entender que no somos una nación futbolística implica cuestionarnos a nosotros mismos y a partir de ahí empezar a construir, con cambios pequeños pero sostenidos, los elementos que produzcan los jugadores del futuro. Por decir algo, un padre de familia que le enseña a su hijo que la esencia del fútbol es esquivar a cuatro jugadores y hacer el gol individualmente, empezaría a cuestionarse y a explicarle a su hijo que pasar la pelota (como no hizo Zúñiga cuando el gol estaba hecho contra Argentina) o bajar a marcar, es tan o más importante que hacer los goles. Así la esencia del juego tal vez puede llegar a las próximas generaciones y nuestro país acostumbrado a despreciar a los volantes de recuperación y a desconocer a los jugadores colectivos (como Teo) empezaría por primera a vez a entender de que se trata el fútbol La teoría socio-cultural que sostiene la cultura como explicación y la psicología cognitiva que estudia las características de la práctica y las representaciones de allí derivadas, no son contrarias, y señalan claramente los pasos a seguir.