No hay nada más peligroso que una nación convencida de su ecuanimidad, de la justicia de sus pasiones; nada más aterrador que un pueblo que ha llegado a creer que no tiene sesgos. Esto se ha visto en los gringos políticamente correctos que no tienen amigos Afro, o en las señoras bien que no discriminan a nadie pero que nunca han ido al sur, o, en usted, que no se indigna ante la petición del concejal Marco Fidel Ramírez de informar el número y entregar las hojas de vida de los funcionarios de la comunidad LGBTI que trabajan en Canal Capital. Sí, usted, el que se siente también un poco discriminado por el “desmesurado privilegio” que, según su yo inconsciente y el del concejal, el actual gobierno de Bogotá les ha dado a los miembros de esta comunidad.
No voy a hablar de la solicitud del concejo, ya de paso ilegal, y, porque no decirlo, impresentable en cualquier país que no sea una teocracia. Quiero hablar más bien de usted, el bystander, el que se sienta a mirar sin indignarse. Y la razón es la siguiente: hay en Colombia un negacionismo profundo sobre los propios sesgos, que es tan o más peligroso que los sesgos mismos.
Durante el par de sesiones que dedico al año a explicar el proceso de sesgos implícitos -esos sesgos que todos tenemos pero de los que no somos conscientes- siempre un grupo significativo de estudiantes se indigna con la sola sugerencia de que ellos también estén contaminados del mal. Las críticas van desde peticiones de derecho (e.g., “es mi derecho que no me guste cierto tipo de gente”) hasta sofisticadas sugerencias metodológicas (e.g., “los tiempos de reacción se ven afectados por el orden de los estímulos previos”), todas dirigidas a mostrar que la prueba de sesgos implícitos –el IAT- no demuestra que ellos tienen sesgos. ¿Quiere sentir la misma sensación? Pruebe uno de los tests disponibles en la página del IAT. ¿Quiere ver las críticas metodológicas y otros comentarios producto del negacionismo? Lea algunos de los comentarios al post de Julieta Lemaitre en donde, en una nota de pie de página, se hacía referencia a las posibilidades de usar este test desarrollado en laUniversidad de Harvard en el contexto colombiano.
Otra versión de este negacionismo es aquella que considera los sesgos justificados. Con epítetos irrepetibles, he oído muchas veces durante investigaciones el argumento típico: no es que yo tenga sesgos, es que ellos son así. Más perezosos, inmorales; menos honrados e inteligentes. Desconocen quienes se adscriben a esta posición que la forma en que construimos generalizaciones sobre categorías, como mostró ya hace 40 años el premio NobelDaniel Kahneman, está más influenciada por las representaciones previas que tenemos de esas categorías que por los hechos. Cuando alguien perteneciente a un grupo estereotipado se comporta contra el estereotipo, este comportamiento es desechado, olvidado por el observador. Cuando alguien perteneciente a un grupo discriminado, se comporta de acuerdo al estereotipo basta una y solo una instancia para condenarlos a todos. Y este error estadístico, generalizar de un solo evento, es el origen de los estereotipos, y lo que olvidan quienes defienden esta segunda forma de negacionismo.
El problema es el siguiente. De acuerdo a las teorías psicológicas contemporáneas, la forma en que la gente piensa está divida en dos regímenes enfrentados. Uno de ellos es automático, fácil de usar; el otro es controlado, consciente. Los estereotipos viven y sobreviven en el régimen automático, y solo son controlables, como mostró Patricia Devine, cuando hacemos el esfuerzo consciente de enfrentarnos a ellos. Cuando reconocemos al monstruo en nosotros. Sin esto, estamos sujetos a reacciones automáticas de alta velocidad, a activaciones de contenidos y pensamientos automáticos que se nos vienen a la mente cuando no estamos pensando en nada. Cosas como, por ejemplo, la primera palabra, y por favor no se mienta a si mismo, que se le viene a la mente cuando oye la palabra “negro”. Si usted no es consciente de esas activaciones y asociaciones automáticas, es un esclavo de ellas.
La labor de la educación, particular pero no exclusivamente en ciencias sociales, tanto como reducir las representaciones sociales erradas hacia los grupos discriminados, es enseñar que todos tenemos sesgos implícitos; enseñar que es la conciencia de esos sesgos, de su mal inherente, lo que nos permite controlarlos. Susan Fiske ha señalado que, sin considerar otros niveles de descripción, a un nivel psicológico la justificación del genocidio se hace más fácil cuando se percibe a uno mismo como ecuánime, y al otro a través los lentes de la discriminación y el prejuicio. Por eso cuando alguien le diga que no tiene sesgos, corra.
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