jueves, 27 de diciembre de 2012

El nuevo movimiento estudiantil y el fin de las pedreas


Por Javier Corredor
Las marchas contra la reforma a la ley de educación superior han hecho visible un nuevo movimiento estudiantil caracterizado por acciones simbólicas que pacíficamente buscan alcanzar un alto impacto mediático. No es por eso gratuito que entre las notas destacadas de las noticias de la noche se presentaran imágenes de los estudiantes abrazando a los policías antimotines, o que en la prensa nacional se hiciera referencia recurrente al carácter pacífico de la mayoría de las manifestaciones. Este movimiento parece haber encontrado un punto de inflexión frente a formas de protesta caracterizadas por enfrentamientos violentos con la fuerza pública. En alguna medida, lo que esta nueva forma de expresión ha hecho es catalizar un sentimiento existente desde hace rato en las comunidades universitarias: que las pedreas no tienen fin, objetivo, y que es tiempo de terminarlas. 
Es posible y necesario en toda democracia tener diversas opiniones sobre las virtudes de la reforma. Por citar sólo un ejemplo, algunos de los autores de este blog tienen una opinión diferente a la mía en relación con el rol del sector privado en el aumento en la calidad de la educación, y por esa vía una opinión positiva sobre las virtudes de la reforma. En una cosa, sin embargo, podemos estar de acuerdo: una transición a formas de manifestación política pacífica representa un avance frente a los actos violentos que han caracterizado en el pasado a un sector del movimiento estudiantil y han servido para estigmatizarlo.
En alguna medida, el florecimiento de este nuevo movimiento ha sido facilitado por un  sentimiento de agencia mediática originado en el acceso a medios digitales. Los estudiantes se sienten empoderados y, a diferencia de sectores menos globalizados de la protesta, entienden que los medios alternativos les permiten manifestarse más allá de las restricciones de la prensa oficial. En los nuevos medios, también, los estudiantes adquieren conciencia mediática y pueden mirarse al espejo. Saber qué se ve bien y qué se ve mal frente a la opinión pública. En la misma línea, es claro que las formas de manifestación expresadas han sido inspiradas, vía youtube, por las recientes protestas en Chile.
El éxito de un movimiento de este tipo, sin embargo, depende de varias cosas. Primero, necesitan ejercer control político y transformar en votos efectivos (particularmente para el legislativo) sus posiciones. Sin un seguimiento a los parlamentarios encargados de discutir el proyecto, y un costo político asociado a sus posiciones, es muy difícil que los estudiantes logren influir en la redacción final de la reforma.
Segundo, necesitan elegir las batallas y alejarse de generalizaciones improcedentes. La discusión no es si hacer o no una reforma a la ley 30 (al fin y al cabo la ley 30 es inviable desde hace rato), tampoco es sobre abstracciones relativas a la privatización y al modelo neoliberal, la discusión es en qué forma se distribuyen los recursos asignados en relación con las metas de cobertura y si estos son suficientes.
En este mismo sentido, los estudiantes necesitan saber cuándo y en qué puntos ser flexibles. Entender, por ejemplo, que el problema no es con los rectores de las universidades públicas, y que en algún punto son más efectivas, en términos de opinión, marchas masivas repetidas constantemente que el desgaste de un paro de seis meses.
Tercero, los estudiantes necesitan construir un nuevo lenguaje que sea accesible a todos los ciudadanos, particularmente los menos educados, y alejarse de la retórica de cierta parte la izquierda caracterizada por abstracciones inentendibles. Esto es, evitar perderse en palabras que de tanto repetirse se han vuelto vacías como “ideología neoliberal”, “gobierno títere” “proletariado y plusvalía” “penetración cultural” “imperialismo”, “oligarquía” o “lucha”.
Finalmente, el nuevo movimiento tiene que mantener distancia frente a los sectores que dentro de la protesta estudiantil, y dentro de la izquierda misma, propenden por una confrontación violenta, aquellos que creen en agudizar las contradicciones, en que la piedra -y no la política- liberará a Palestina, y en todos los otros lugares comunes de la izquierda de la guerra fría.
La pregunta es: ¿Podrá este nuevo movimiento estudiantil lograr lo que siempre hemos querido aquellos que nos adscribimos a la izquierda moderada -orgullosamente rosada frente a los rojos encendidos de la vieja izquierda- que es acabar con formas de manifestación violentas, y de paso contraproducentes, y remplazarlas por nuevas formas de participación? ¿Será este el fin de las pedreas?

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